La casa encantada cuento de miedo para Halloween: Cuentos de miedo

La casa encantada cuento para Halloween


Tiempo de lectura: 8 minutos

Lucas era un niño de diez años al que le encantaba celebrar Halloween. Le gustaba disfrazarse, pedir caramelos y ver películas de miedo con sus amigos. Pero lo que más le gustaba era visitar la casa encantada del señor Smith, un viejo vecino que cada año convertía su casa en un pasaje del terror.

La casa del señor Smith era la más grande y antigua del barrio. Tenía tres pisos, un sótano y un ático. Estaba rodeada por un jardín descuidado, lleno de árboles secos y calabazas podridas. La fachada estaba cubierta por telarañas y murciélagos. Y en la puerta había un cartel que decía: “Entra si te atreves”.

La casa encantada cuento de miedo para Halloween

Lucas siempre se atrevía. Era el más valiente de sus amigos y el primero en entrar en la casa encantada. No le tenía miedo a nada: ni a los esqueletos, ni a las brujas, ni a los fantasmas, ni a los zombis. Se reía de los sustos y se burlaba de los que se asustaban.

Pero aquel año, algo cambió. El señor Smith había muerto unos meses antes, y nadie sabía qué iba a pasar con su casa. Algunos decían que la iban a derribar, otros que la iban a vender, y otros que la iban a dejar abandonada. Lucas esperaba que alguien siguiera con la tradición de Halloween, pero nadie lo hizo.

La noche del 31 de octubre, Lucas salió con sus amigos a pedir caramelos por el barrio. Cuando pasaron por delante de la casa del señor Smith, vieron que estaba oscura y silenciosa. No había ningún cartel, ni ninguna decoración, ni ningún sonido.

  • ¿Qué pasa con la casa encantada? – preguntó Lucas.
  • Parece que este año no hay nada – respondió uno de sus amigos.
  • Qué aburrido – se quejó Lucas – Era lo mejor de Halloween.
  • Bueno, podemos ir a otro sitio – sugirió otro amigo.
  • No, yo quiero entrar aquí – dijo Lucas – Seguro que hay algo divertido dentro.
  • ¿Estás loco? – exclamó otro amigo – La casa está cerrada y vacía. Además, dicen que está embrujada por el espíritu del señor Smith.
  • Bah, eso son tonterías – dijo Lucas – Yo no le tengo miedo a nada. Voy a entrar y os lo voy a demostrar.

Lucas se acercó a la puerta de la casa y tiró del picaporte. Para su sorpresa, la puerta se abrió con facilidad. Lucas entró en la casa y se encontró con un pasillo oscuro y polvoriento.

  • ¿Qué haces? – le gritaron sus amigos desde fuera – ¡Sal de ahí!
  • No seas cobardes – les contestó Lucas – Venid conmigo.
  • Ni hablar – dijeron sus amigos – Nosotros nos quedamos aquí fuera.
  • Está bien – dijo Lucas – Pues yo voy a explorar la casa y os voy a contar lo que vea.

Lucas sacó su móvil del bolsillo y lo usó como linterna. Empezó a caminar por el pasillo, mirando las puertas cerradas y las ventanas tapiadas. No había nada interesante: solo muebles viejos y objetos rotos. Lucas se aburría.

  • Esto es un rollo – se dijo a sí mismo – No hay nada de miedo aquí. Voy a subir al primer piso, a ver si hay algo mejor.

Lucas subió por la escalera de madera, que crujía con cada paso. Llegó al primer piso y se encontró con otro pasillo igual que el de abajo. Había más puertas cerradas y más ventanas tapiadas. Lucas abrió una de las puertas y entró en una habitación.

La habitación estaba llena de muñecas. Había muñecas de todos los tamaños, formas y colores. Algunas estaban sentadas en sillas, otras colgadas en perchas, y otras tiradas en el suelo. Todas tenían los ojos muy abiertos y las bocas muy cerradas. Parecían estar mirando a Lucas.

  • Qué raro – pensó Lucas – ¿Por qué el señor Smith tenía tantas muñecas? ¿Serían de su hija o de su nieta? Bueno, da igual. No me dan miedo.

Lucas se acercó a una de las muñecas y le tocó el pelo. Era suave y sedoso. Lucas le sonrió y le dijo:

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  • Hola, ¿cómo te llamas?

En ese momento, la muñeca le contestó:

  • Me llamo Ana, y tú eres Lucas.

Lucas se quedó helado. No podía creer lo que acababa de oír. La muñeca le había hablado. Y sabía su nombre.

  • ¿Cómo… cómo lo sabes? – balbuceó Lucas.
  • Lo sé todo – dijo la muñeca – Sé quién eres, qué haces y qué quieres. Y sé que has venido a jugar conmigo.
  • ¿Jugar contigo? – repitió Lucas – No, yo no he venido a jugar contigo. Yo he venido a ver la casa encantada.
  • Pues ya la has visto – dijo la muñeca – Y ahora vas a jugar conmigo. Y con mis amigas.

De repente, todas las muñecas de la habitación empezaron a hablar al mismo tiempo:

  • Sí, ven a jugar con nosotras.
  • Queremos jugar contigo.
  • No te vayas, quédate con nosotras.
  • Vamos a divertirnos mucho.

Lucas sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Aquello era una pesadilla. Tenía que salir de allí cuanto antes. Se dio la vuelta y corrió hacia la puerta. Pero la puerta se cerró de golpe delante de él.

  • ¡No! – gritó Lucas – ¡Dejadme salir!

Lucas intentó abrir la puerta, pero estaba atrancada. Golpeó la puerta con todas sus fuerzas, pero nadie le oyó. Gritó pidiendo ayuda, pero nadie le respondió.

Las muñecas se acercaron a él lentamente, sonriendo con malicia.

  • No te preocupes – le dijo la primera muñeca – No te vamos a hacer daño.
  • Solo queremos jugar contigo – le dijo otra muñeca.
  • Un juego muy divertido – le dijo otra muñeca.
  • Un juego que nunca olvidarás – le dijo otra muñeca.

Lucas se echó a llorar. Se arrepintió de haber entrado en aquella casa maldita. Se arrepintió de haber sido tan valiente y tan burlón. Se arrepintió de no haber hecho caso a sus amigos.

Pero ya era tarde.

Las muñecas se abalanzaron sobre él y lo rodearon por completo.

Y empezó el juego.

Lucas no sabía cuánto tiempo había pasado desde que las muñecas lo habían atrapado en la habitación. Podrían haber sido minutos, horas o días. El tiempo no tenía sentido en aquel lugar.

Las muñecas no lo habían matado, pero tampoco lo habían dejado en paz. Lo habían torturado de mil maneras: le habían cortado el pelo, le habían arrancado las uñas, le habían pinchado con agujas, le habían quemado con velas, le habían mordido con sus dientes de plástico.

Lucas había gritado, llorado, suplicado, pero nadie lo había oído. Sus amigos se habían ido hace mucho, pensando que Lucas les había gastado una broma. Nadie había vuelto a la casa encantada.

Lucas estaba solo, herido y asustado. Solo le quedaba una esperanza: escapar por la ventana. La ventana estaba tapiada, pero Lucas había logrado arrancar algunas tablas con sus manos ensangrentadas. Había visto un poco de luz y un poco de cielo.

Lucas se arrastró hasta la ventana y miró hacia fuera. Vio que era de día y que había gente en la calle. Vio a niños disfrazados y a adultos con bolsas de caramelos. Vio que era Halloween.

Lucas sintió una alegría inmensa. Había sobrevivido a la noche más larga y más terrible de su vida. Solo tenía que saltar por la ventana y pedir ayuda. Alguien lo vería y lo socorrería.

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Lucas se puso de pie y se preparó para saltar. Pero antes de hacerlo, oyó una voz detrás de él:

  • ¿A dónde vas? – era la primera muñeca, la que se llamaba Ana.
  • Déjame en paz – dijo Lucas – Voy a salir de aquí.
  • No puedes salir – dijo la muñeca – Eres nuestro amigo. Y los amigos no se abandonan.
  • No soy tu amigo – dijo Lucas – Eres un monstruo. Y yo te odio.
  • No digas eso – dijo la muñeca – Nosotras te queremos mucho. Y te vamos a demostrar cuánto.

De repente, todas las muñecas se levantaron y se lanzaron sobre Lucas. Lo agarraron por los brazos, las piernas, el cuello y el pelo. Lo arrastraron hacia el centro de la habitación.

  • ¡No! – gritó Lucas – ¡Soltadme!
  • No te preocupes – le dijo la muñeca Ana – No te vamos a hacer daño.
  • Solo queremos darte un regalo – le dijo otra muñeca.
  • Un regalo muy especial – le dijo otra muñeca.
  • Un regalo que nunca olvidarás – le dijo otra muñeca.

Las muñecas rodearon a Lucas y formaron un círculo. Empezaron a cantar una canción infantil:

  • Estrellita, ¿dónde estás?
  • Quiero verte titilar
  • En el cielo o en el mar
  • Un diamante de verdad

Lucas no entendía nada. ¿Qué querían decir con esa canción? ¿Qué regalo le iban a dar?

Entonces lo vio.

En el centro del círculo, había una caja grande y bonita. Estaba envuelta en papel de regalo y tenía un lazo rojo. En la caja ponía: “Para Lucas”.

Las muñecas dejaron de cantar y se apartaron. La muñeca Ana le dijo:

  • Este es tu regalo. Ábrelo.

Lucas se acercó a la caja con miedo. No sabía qué podía haber dentro. Tal vez fuera otra trampa, otro tormento, otra pesadilla.

Pero también sentía curiosidad. Tal vez fuera algo bueno, algo que lo ayudara a salir de allí, algo que lo salvara.

El chico cogió el lazo rojo y tiró de él. La caja se abrió.

Y vio lo que había dentro.

Era una muñeca.

Una muñeca igual que él.

Tenía su mismo pelo, sus mismos ojos, su misma ropa.

Tenía su misma cara.

Lucas se quedó paralizado. No podía creer lo que veía. Era una réplica exacta de él mismo. Era él mismo.

  • ¿Qué… qué es esto? – preguntó Lucas con voz temblorosa.
  • Es tu regalo – repitió la muñeca Ana – Es tu nuevo cuerpo.
  • ¿Mi nuevo cuerpo? – repitió Lucas sin entender.
  • Sí – dijo la muñeca Ana – Ahora eres una de nosotras. Ahora eres una muñeca.

Lucas sintió un dolor agudo en el pecho. Miró hacia abajo y vio que su corazón se había detenido. Su sangre se había congelado. Su piel se había endurecido.

Lucas estaba muerto.

Y su alma estaba atrapada en la muñeca.

Las muñecas se acercaron a él y lo abrazaron. Le dijeron:

  • Bienvenido a la familia.
  • Te queremos mucho.
  • Ahora sí que vas a jugar con nosotras.
  • Para siempre.

Lucas quiso gritar, pero no pudo. Su boca estaba cerrada y no podía abrirla. Solo podía mover los ojos y ver lo que pasaba.

Vio que la muñeca Ana cogió su móvil del suelo y lo encendió. Vio que tenía una llamada perdida de su madre. Vio que tenía un mensaje de texto que decía: “¿Dónde estás? Te estoy esperando en casa. Te quiero”.

El chico quiso llorar, pero no pudo. Sus ojos estaban secos y no podían llorar. Solo podían mirar y sufrir.

Vio que la muñeca Ana escribió una respuesta al mensaje de su madre. Vio que ponía: “Estoy bien. Estoy jugando con mis nuevos amigos. No te preocupes. Yo también te quiero”.

Lucas quiso morir, pero no pudo. Su alma estaba viva y no podía morir. Solo podía sentir y padecer.

Sintió que la muñeca Ana le cogió de la mano y le dijo:

  • Vamos a jugar.

Y lo llevó al pasillo.

Al pasillo oscuro y polvoriento.

Al pasillo lleno de puertas cerradas y ventanas tapiadas.

Al pasillo donde empezó todo.

Y donde todo acabó.

Fin de La Casa Encantada

Espero que te haya gustado este final para El cuento La casa encantada de miedo.

Reflexiones sobre el cuento para Halloween La casa encantada

  • La curiosidad puede ser una virtud, pero también un defecto. Lucas entró en la casa encantada por curiosidad, pero no midió los riesgos ni respetó los límites. Su curiosidad lo llevó a una situación de peligro y sufrimiento.
  • La valentía no es lo mismo que la imprudencia. Lucas se creía muy valiente y se burlaba de sus amigos por ser cobardes. Pero su valentía era falsa y solo ocultaba su orgullo y su vanidad. Lucas fue imprudente al entrar solo en una casa desconocida y abandonada.
  • La humildad y la prudencia son virtudes que nos ayudan a vivir mejor. Lucas debería haber sido más humilde y haber escuchado a sus amigos, que le advertían del peligro. También debería haber sido más prudente y haber salido de la casa cuando vio que no había nada interesante. Si hubiera hecho caso a la razón y no a la emoción, se habría ahorrado muchos problemas.
  • El miedo es una emoción natural y adaptativa, que nos alerta de las amenazas y nos prepara para enfrentarlas o evitarlas. Lucas no le tenía miedo a nada, pero eso no era bueno. El miedo nos ayuda a ser más cautelosos y a valorar lo que tenemos. Lucas solo sintió miedo cuando ya era demasiado tarde.

Espero que estas reflexiones te hayan sido útiles y que te hayan hecho pensar sobre el mensaje de este cuento. Si quieres saber más sobre los cuentos de miedo o sobre cualquier otro tema relacionado con la literatura, puedes leer más en cuentos o historias.

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